Reseña “En la corriente del tiempo” de Germain Droogenbroodt
El lector que conozca, aun escasamente, la poesía previa de Germain Droogenbroodt reconocerá desde el principio de este libro los motivos, el estilo y sobre todo el tono inconfundible de su voz poética. Culminación de un ciclo que se iniciaba con El camino – publicado en 1998- y continuaba con Contraluz –en 2002-, En la corriente del tiempo supone un paso decisivo para ir alcanzando –al ritmo de la escritura y en el propio proceso creador, como ya señalara Valente- un tipo de conocimiento más pleno e integrador de la realidad que nos rodea y de todo aquello que, visible o no, nos trasciende.
Escrito en dos momentos diferentes pero en un mismo espacio, Niglath –un pequeño pueblo en el corazón de la cordillera del Himalaya-, es constatable ya desde el comienzo la importancia del paisaje en los poemas y muy significativa la presencia constante del río en todo el texto con su voz peculiar, que es unas veces el sonido (la voz) del agua propia del río, otras una voz oracular, otras la voz de la conciencia o al fin la voz de lo trascendente, que también se insinúa. Pero es siempre una corriente que, en sus vaivenes, en su fluir, en su ajetreo, nos remite –real o simbólicamente- a la vida. Esta sensación da continuidad y ritmo al conjunto. A diferencia de El camino aquí es el agua, su ritmo regular, musical y tan sugerente, el que nos lleva a la meditación (inquieta alguna vez, serena y gozosa la mayoría). Meditaciones que progresivamente –sobre todo en la segunda parte, escrita en 2007- irán abandonando su armazón más críptico y abstracto para, como el agua, adentrarse en un territorio donde aunando las diversas corrientes en una sola, fusionarse con la naturaleza en un proceso más místico que filosófico y que va del yo a lo otro, de lo inmanente a lo trascendente.
Me parece importante incidir, frente a los libros anteriores, en este aspecto: los elementos de la naturaleza presiden todo el poemario y es desde ellos, y en ellos, desde donde se produce toda meditación, toda tentativa integradora de entendimiento. Un rasgo este que lo acerca, más que en los dos conjuntos anteriormente mencionados, al núcleo creativo de la cultura y la poesía orientales. Y si bien es cierto que, como ha señalado el profesor chino Yang Hongshen, “en la recuperación de una poesía épica y filosófica radica la mayor aportación de la poesía contemporánea a su evolución y ese es precisamente el aspecto más brillante de la poesía de Germain Droogenbroodt” en el presente libro los poemas se decantan paulatinamente hacia un lirismo contenido, sobrio y de suma receptividad donde la naturaleza y el yo se funden en una misma y única voz que, en la órbita del entender no entendiendo del místico, alcanza su morada en un territorio donde “Todo se explica/ en lo inexplicable.”
Una voz, en definitiva, que ansía aunar las voces diversas y ser, en la corriente del tiempo, portadora de un flujo y un reflujo que discurren como diálogo interminable. Y esto es algo que si bien caracteriza a todo el ciclo poético desde El camino, en este libro se intensifica poderosamente. Diálogo entre culturas: aquí patente en la presencia de poetas orientales (Lao Tzu, Chuang Tzu, Li Po o Wang Wei), occidentales (Celan, Hölderlin, Petrarca, Valente...) o sufíes como Rumi, etc. No menos significativo es el diálogo permanente de esta poesía con la pintura: en El camino y Contraluz acompañada por los grabados de Satish Gupta, y que compuso expresamente para cada poema; aquí son dibujos a lápiz realizados por Frans Minnaert -reconocido pintor belga y amigo del poeta- para algunos de los poemas y que se han tenido en cuenta para la estructura final del libro. Un diálogo que está presente además en todas las actividades que desarrolla el poeta: como traductor de otros poetas coetáneos de muy diferentes lenguas; en sus recitales integrando poesía, música y pintura; en sus viajes para participar en congresos, festivales, etc. por tan diversos países y culturas; o, a lo largo de toda su obra, con aquellos poetas y creadores de uno u otro continente, de una u otra tradición, y cuyas voces le han resultado siempre tan próximas y familiares.
Pero el diálogo más importante, el que de verdad cuenta aquí, es el que cada uno de estos poemas ha de entablar con el lector. Un diálogo hondo, de altos vuelos y en el que si somos capaces de empaparnos y dejarnos llevar por la corriente de sus versos percibiremos que esa pequeña “gota de aceite” que es cada poema va creciendo en nuestro interior hasta diluirse en nuestro ser y sumergirnos a su vez en una corriente mayor que nos abre, de un modo natural y emotivo, a la otredad. Lo dejó escrito Hans- Georg Gadamer, precisamente en un texto titulado Poema y diálogo: “El poema nos guía más bien como un diálogo que se desarrolla en la dirección de un sentido inalcanzable”. Palabras adecuadas para concluir esta introducción y no demorar ya más el encuentro del lector con los poemas.
Rafael Carcelén García
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