7.08.2009

Poemas de Orland Verdu

REFLEJOS

Mírate al espejo una vez más
antes de arrancarte el corazón de plata
y dejarlo en la mesa del quirófano analítico:
siente como palpita en tus manos,
como un niño en el vientre de la madre eterna,
y permítete llorar mientras esa raza inferior de seres se sorprenden y sacan fotos…

Háblate a ti mismo con un tono distinto al de la rabia y el grito
y fabrica un jardín de maniquís con sentimientos de trapo.
Diviértete cambiando las formas sin que las formas te atrapen
y te conviertas en el muñeco que pasa de mano en mano.

Ámate al espejo y sonríe,
y deja que las princesas y los príncipes de los cuentos
saquen sus monstruos y bailen desnudos
alrededor de nosotros
mientras la torre de Dios cae a pedazos
y un insólito placer invade el corazón del hombre.

Reúne tus fuerzas para arrancar la cabeza de las fantasías imaginarias
como un Saturno colérico
y libérate de los sueños mutilados
y de las horas con sabor a carmín y a navajas.

Hunde tu orgullo de elefante milenario y altivo
en el río de las sombras que te habitan.
Rescata tu niño olvidado y sediento
y hazle sentir que es amado
como amada es la herida en tu pecho de oruga.
Juntos encontraréis el hogar de las águilas sin sueños
que surcan el techo del mundo
y descienden los abismos de la tierra oscura.






DOLOR


El hombre de las dos cabezas despierta de nuevo
con las manos cubiertas de escamas y se dirige serpenteando a la cocina.
Los pensamientos desfondados de su naturaleza mutante
caen en el café con el sonido del granizo azucarado
y la tostadora da los buenos días como una funcionaria de correos.
Nadie en la casa. Ni su propia sombra.
Y la luz de la mañana renquea exabruptos a través de las ventanas.

El hombre averiado sorbe su café exiguo.
A fuera, una terraza en extinción amenaza con despegar
ante la mirada asesina de un millón de pisos.
Edificios en diáspora giran alrededor del jardín invicto
retorciéndose las manos como la bruja de los cuentos.
Las flores permanecen clavadas sin romper filas
y su perfume se cuelga a la espalda del viento por lianas invisibles.

El hombre de las dos cabezas se arrastra hacia el jardín con sonido de pisadas acuosas
y se oxida con el aire del invierno.
Los monos de las jaulas de hormigón se asoman a sus balcones minúsculos como
[ascensores para duendes
y gimen y saltan al ver el prodigio de las escamas de oro.
El señor de los sapos y de los hombres yergue ambas cabezas como el dragón de San
[Jorge,
esperando quizá la estocada que clama su corazón roto.
Su alma se ha extraviado en un laberinto de costillas erráticas y membranas
[de murciélago.
Sus piernas de dragón de Comodo lo aguantan como un pilar de granito.
La tierra se hunde a su paso mientas el cielo se abraza a los faldones de Dios
y los niños se esconden bajo los cojines como ardillas sin padres.

Los vecinos de las jaulas se sobrecogen al ver llorar una de las cabezas.
Sus lágrimas son trapecistas suicidas en una alambrada.
Se desprenden de sus ojos como un alud de rocas.
¿Dónde fue a parar el sol esta mañana?
¿Por qué gime su otra testa?
¿Por qué grita?
La rabia planea por el jardín urbano como una plaga de langostas.

Inevitablemente,
las flores pierden sus pétalos ante el dolor de los reptiles.





¿AMOR?


No pretendo engañar a las arañas que tejen sus casas colgantes en los rincones de mi
[corazón deshabitado,
no hay sitio para mentir a los niños en la tierra de los calabozos públicos.
Las cadenas sin fin de mi letanía heredada son fuertes como las pinzas de un cangrejo.
Y a veces mi humor de tortuga me impide avanzar sin esconder la cabeza
cuando abandono el mar y me adentro en tierra de tiburones.

La soledad que invade la bahía de las lechuzas que saben leer en mitad de la noche
es a veces densa como el grupo sanguíneo de un planeta turbulento.
Me gustaría abrirme el cráneo y extraer un conejo hindú que diera una conferencia.
Mi conejo —sabio, muy sabio— hablaría durante días sobre el arte de amar
para que así los sordomudos que a penas saben contener sus esfínteres
puedan reconocer a quien besan y se atrevan a ir más allá de la cópula o del amor
[romántico.

Entonces miraría a muchos hombres y mujeres a la cara y les diría:
“¡Así me siento por escuchar monsergas!”
Y les pediría indemnización por dos mil años de programación amatoria.
Luego proscribiría a los clérigos contranatura y a los poetas tóxicos
(muchos de ellos trovadores mercenarios).
Y el conejo vociferaría ante los jueces, bajo mi aflicción:
“¡Obras son amores, señores!”
Y borraría de los diccionarios la palabra pecado y la palabra idilio.

Y así las arañas de mi corazón comerían el amor que necesita el alma humana
y las tortugas no sentirían soledad alguna,
ni fuera ni dentro de su caparazón de piedra.
Y cuando dijéramos “te quiero” reconoceríamos al hombre o la mujer que tenemos
[delante,
y las telenovelas serían un género audiovisual todavía más cursi aún si cabe.
Y los amantes sabrían que hacer el amor no es juntar trozos de su cuerpo,
y que en el sexo interviene el alma.

Pues el Amor se construye y no es un regalo del cielo
ni un flechazo pueril y fugaz de Cupido.
Y el conejo hindú, inflamado de Erich Fromm, diría:
“¡Señores, dejemos el Hola!
Toquemos con los pies el suelo donde crecen las junglas que se enroscan en los cuerpos
[desnudos
de quienes sienten y saben que aman,
y reciclemos tanta biblia y tanta literatura y peliculeja sórdida.
Amemos como los seres divinos que somos.
Y follemos como leones, como diría Michael Douglas.
Y no como conejos.”


Amén.

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