7.01.2015

Cuento absurdo a la luz de la luna




Cuento absurdo a la luz de la luna.

Se vivió durante una era indefinida la quimera casi efectiva de la transformación del mundo a escala de micro cosmos.

Era si recuerdo bien en otra época, a cien años luz bajando por el túnel del tiempo, en otra esfera, remontando por la vía Láctea.

Hombres, mujeres jóvenes, agricultores, comerciantes, abogados, jubilados, parados, médicos, padres y madres coincidieron en una lejanía refulgente de colores y matices, de impolutas expectativas.

Blancanieves, Caperucita, Cenicientas, Peter Pan, el Sastrecillo Valiente, los tres cerditos y otros compañeros salieron de las páginas áureas y polvorientas de los cuentos de antaño para compartir la dicha nueva y concurrir en la cimentación de una orbe solidaria, sostenible e equitativa.

Los tres cerditos expusieron como construir lindas casas perennes, económicas, accesibles para los que no tenían medios económicos y sobre todo que dichas edificaciones no rompieran con la estética de la aldea ni con su sistema ecológico. Anacrónicamente algunos dioses de la mitología concertaron con los tres cerditos la forma más racional de evitar los despilfarros de agua, no dañar el medio ambiente y conservar los tesoros de la naturaleza tan enfermiza ya.

Atenea amparó a los que quisieron favorecer la educación, arte y cultura de la aldehuela. Se diseñaron los esbozos del saber, los esquemas de la identidad, los bocetos de una erudición hacia la libertad.
Blanca Nieves y Cenicienta a pesar de sus malas relaciones con las madrastras optaron por la creación de gabinetes sicológicos para auxiliar a las personas con problemas anímicos y servicios sociales modélicos para amparar a los más desfavorecidos. Caperucita pidió apoyo para los jóvenes: música, cine, cultura, porque claro la juventud es el futuro de nuestra sociedad y si queremos un porvenir digno hemos de cuidar a nuestros hijos.

Los aldeanos junto a los personajes y símbolos de cuentos tradicionales idearon los diseños de una curtida civilización que impulsaría una bocanada inédita de aire puro sobre los vestigios de una metrópoli decadente. Paz, justicia, seguridad ciudadana, cultura, servicios sociales, medio ambiente fueron las doctrinas de una nuevo florecimiento.

La sabiduría, la discreción y el respeto entrelazaron su aspiración que iba creciendo contra vientos y mareas. Mareas y tormentas. Tormentas y codicia.

Los que vegetaban en los tronos, las brujas y los pajes se espantaron, se escreparon y reaccionaron. ¿ Qué paranoias eran estas? ¿ El vulgo se sentía amenazado en su devenir y quería tomar las riendas del poder? ¿ Los paganos, los blasfemos e irreverentes ambicionaban unos dominios normalizados y refrendados por todos los dioses?

Ni hablar.

El trono era de unas cuantos y este tema no se podía permutar bajo ningún concepto. Ni por el bien del pueblo.

Las lenguas se desliaron y los pasquines afloraron. Las gacetillas infectaron el sentir general y la opinión pública no supo a que santo rezar. Los dioses excomulgaron a los héroes de los cuentos, a las hadas, a las princesas benevolentes y a los aldeanos apestosos.

La plebe no contestó porque pacto de silencio conformó. Los panfletos siguieron acusando a la morralla silenciosa, de corruptora putrefacta del orden público tan duramente adquirido.

Pero el vulgo silencioso que aún la sabiduría poseía, persistió en su andadura hacia la cordura. Los silentes innovadores se juraron fidelidad hasta la muerte con tal de no caer en las rancias redes corruptas del orden preestablecido.

“_Te quiero, te amo y te seré fiel. Eso era lo que decían.”
El poderío enraizado y el engaño de novísima hora fueron más briosos que todos los compromisos jurados y perjurados a la luz de la luna con la mano en el corazón. Cuando sonaron las doce campanadas Cenicienta perdió la zapatilla de cristal, Blanca Nieves comió la manzana envenenada y el lobo saboreó a Caperucita.

El cuento no acaba ahí. Los siete enanitos violaron a Blanca Nieves, Cenicienta y Caperucita y las acusaron de provocación. Demasiadas minifaldas y películas de ensayo miraban estas tres chicas en vez de marcharse de botellón. No se crean que se equivocaron de cuento. No. Sólo se confundieron de película. El día siguiente, el lobo feroz y la bruja Avería fornicando en un aquelarre terrorífico revelaron con voz de ultratumba su afición a la erótica del poder.

Y colorín colorado, el cuento se ha acabado.

Bueno puede ser que no, porque el lobo no usó preservativo y la bruja Avería olvidó la píldora del día siguiente... Las tres exdoncellas tuvieron más suerte porque los enanitos eran impotentes...
...Y la plebe precavida y sosegada aguardó de nuevo el renacimiento.

Harmonie .

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