3.06.2011

Las gatas de Rodas de Amparo Peris, el 25 de Marzo en El Campello




LAS GATAS DE RODAS DE AMPARO PERIS
POR PEDRO GARCÍA CUETO
Amparo Peris es una prestigiosa escritora y poeta valenciana, cuya larga trayectoria tuvo su origen en el mundo poético en 1995 con la publicación de su libro Sensaciones, a los que han seguido otros títulos, ya en prosa como Espejismos o Cartas desde el andén.
En definitiva, nos hallamos ante una escritora que ha dejado muy clara su pasión por la lectura y la escritura, una mujer esencialmente mediterránea, ya que lleva el olor de la sal de su tierra y la brisa que acompaña el espacio levantino.
Su último libro, Las Gatas de Rodas aúllan a la luna, es especialmente intenso, lleno de color, de sensualidad y de claros matices levantinos.
El primer poema dedicado a su padre recobra la idea medieval del ubi sunt, ese deseo del reencuentro, la necesidad de volver a sentir la presencia de la persona amada y admirada. Su padre es “melodía de la infancia en mi corazón apagado” (v. 6), lo que nos recuerda a la música de Bécquer, con la que alumbra su primera rima, ese deseo de expresar lo máximo a través de la armonía de la música.
Tal es el destello de luz del padre que lo imagina en la playa, lugar edénico, como lo es Elca para Francisco Brines: “¿Qué playa lo albergará, tumbado al sol sobre la arena?” (v. 8). El deseo de volver a verlo está en el poema, porque el padre tiene “ojos de miel”, “voz sonriente”, ha sido un “querubín demasiado bello”.
El poema nos emociona, nos hace desear el reencuentro, lamentar, hasta el tuétano, la pérdida del ser querido, del eslabón que une a la poeta valenciana a su pasado inmediato. La imagen de la calavera nos recuerda a Hamlet mirando a Yorick, como si el tiempo fuese un tren que pasa una vez y que, tras su violento transcurrir, sólo deja desolación: “¡Oh, calavera vacía! Despierta y háblame ¡otra vez!” (v. 21).
Pero lo más hermoso de todo el poema es la vuelta a la niñez, tiempo de felicidad y de inocencia, espacio vetado a la muerte, a nuestra caducidad, por ello, Amparo Peris le pide que vuelva y le narre un cuento: “Mi padre regresa cada noche y me cuenta un cuento” (v. 23).
Dedicado a la madre, en el último verso, nos conduce al mejor de los afectos, a la incomprensión de la muerte, a la pasión más absoluta por la vida.
Con este comienzo, el libro se articula en varios apartados, si en el primero viene encabezado por el poema “Todas las noches leo a Virginia Woolf”, el segundo se llama Los Homenajes, título que me recuerda al que Juan Gil-Albert puso en uno de sus libros, para terminar con el que da título al libro: “Las Gatas de Rodas aúllan a la luna”.
En el primer grupo de poemas sobrevuela la idea del suicidio, no en vano así fue el final de Virginia Woolf, dice así la poeta valenciana: “Todas las noches leo a Virginia Woolf, / cada línea es como mis venas cortadas” (vv. 1-2).
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La idea del sueño ante la lectura de la escritora admirada la va llevando al mar, lo que incide en su espacio levantino, pero también a la imaginación, cuando sale, como si de un cuento infantil se tratase, volando por la ventana, desapareciendo en los besos fervientes del amado: “Todas las noches me caigo / por la ventana de los sueños / y vuelo por los tejados / hasta el precipicio de largos besos” (vv. 20-23).
Se repite en otro poema la idea del mar como lugar de ensoñación, mítico, telúrico: “Queda lejos el mar plateado / te asomas a la reja de la ventana / ves la playa desde la habitación / desde un lenguaje sin palabras” (vv. 1-4). Esa idea del goce sensual frente a la playa, la imagen de ella sobre la arena, pero la decepción, el fracaso del amor: “No crees que sea yo / porque me habías dado tu ternura / tus caricias, / tus mentiras ¡tanto amor!” (vv. 8-11).
Tras el lenguaje de la sensualidad, tras la entrega, queda un resquicio para el desencanto, como si cualquier aventura fuese el precipicio de una pérdida, de la desolación de la infancia y la entrada en el mundo adulto, con sus luces y sombras.
Hay otros poema donde la poeta valenciana demuestra su afecto y su ternura, la enorme sensualidad de su lenguaje poético. Las imágenes se impregnan de color: “Mil voces llenan mi cuerpo / pétalos rojos me adornan / el futuro recorre mis venas, / un silencio me despierta / tu ausencia” (vv. 1-5). Los pétalos rojos, ¿no son acaso la imagen de la sangre que recorre la inmensa ternura de la mujer que ha perdido el amor? ¿no nos invoca a la imagen de las venas cortadas por la pasión?
En el apartado dedicado a Los Homenajes, me gusta mucho el poema dedicado a Rosario Raro, está impregnado por la admiración y por la sensualidad mediterránea, parece un lienzo, sobre todo cuando dice: “Eres lienzo y poema. / Mujer y belleza en ti son lo mismo” (vv 2-3). Si la ha encontrado entre libros, refuerza aún más la idea clave de este poemario, el amor por la literatura y por la vida, la capacidad de soñar, la reivindicación de la infancia como edén perdido para siempre, sólo recobrado a través del sueño y de los libros o, como ya dije, en la figura del padre que vuelve.
En el poema dedicado a Ricardo Rojas, la escritora valenciana conjuga la fusión de dos seres en versos inolvidables: “Y entonces acaricio tu ternura / la antesala del amor, la luz de la noche” (vv. 4.5). Me gusta también la referencia al mundo de los cuentos, al de Peter Pan y al de Alicia en el País de las maravillas, cuando dice: “Y entonces regreso a nunca jamás / atravesando el espejo, / me hago grande como un árbol / me siento pequeña como el sol / me pierdo dentro de ti”. (vv. 12-16).
Todo es imaginación, proyección de un mundo no real, donde la escritora valenciana puede explayar toda su ternura y su sensualidad.
Muy hermosos son los poemas dedicados a Joaquín Benito de Lucas y a Pedro de la Peña, dos grandes poetas, a los que Amparo brinda su sincera amistad. En el que le dedica a de la Peña no es casual que haga referencia al verbo “cabalgar”, tal es la pasión del poeta de Reinosa por los caballos: “Cabalgamos juntos atravesando los versos / en una noche de plata / hasta Cólquida llegamos, / y tus labios sellaron ese encuentro / con relatos de tus viajes habitando de risas mi pupila” (vv. 5-9).
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Muy cierto, porque quien conozca la humanidad de de la Peña, también sabe que es un excelente orador, un hombre de gran cultura y extremadamente vivo a la hora de revivir su pasión viajera, llena de anécdotas y aventuras.
Como si el amigo fuese el creador del lenguaje, el poema termina diciendo: “En algún paisaje cercano, / en la calle de tu poeta preferido, / le has puesto nombre a las cosas” (vv. 19-21).
Para no extenderme demasiado en un libro que merece más lecturas, comento un poema del último apartado dedicado a las gatas de Rodas, simbiosis de figuras que aúllan a la luna, por ser ancestrales, por llevar implícitas la femineidad de ese animal fascinante que es el gato.
Dice así: “Piedras legendarias, muros imposibles. / Arqueados techos sujetando el mundo / bajo un cielo azul, verde, malva, violeta / donde la angustia humana pervive / clavada en la mirada de un mundo griego” (vv. 1-5). Asistimos al mundo antiguo, que se mantiene, un mundo que cambia de color, donde el ser humana perece frente al hermoso espectáculo de lo que no ha de morir.
La imagen del niño griego nos devuelve a la infancia, que es, sin duda, el espacio preferido de Amparo Peris, espacio no mancillado por la culpa de la vida adulta, por la imagen presente de nuestra caducidad.
Termina el poema, con la desolación que deja un mundo lejos del nuestro, donde aún vive la miseria: “Incansables ojos que piden una limosna / al turista inmune que contempla las Ruinas / en la Ciudad Vieja de Rodas” (vv. 6-8).
La pregunta queda en el aire: ¿dónde está la ruina, en el ser humano “inmune” que no mira al niño o en el paisaje que envejece progresivamente sin morir nunca?
Felicito a Amparo Peris por este libro, hecho de sensualidad, con el aroma de la buena poesía, clásica en el sentido de que el lenguaje no necesita paradojas (como en otros poetas celebrados contemporáneos) para que veamos el amor, la pasión, el deseo y los temas que sustentan nuestra vida, temas de siempre que en el limpio lenguaje de la escritora valenciana nos seducen hasta adormecernos como en los sueños o en los cuentos infantiles, paisajes que son necesarios para seguir viviendo, con los libros como compañeros esenciales, por supuesto.
La vida (el placer de los cuerpos, los momentos de felicidad, la dicha fugaz, el posterior desencanto) se conjuga en este libro, con especial maestría, con el mundo de los libros (la referencia a escritoras que dejaron su piel en sus novelas, Virginia Woolf, Sylvia Plath, entre otras, y el mundo de los cuentos, siempre necesario para no perder la fantasía de la niñez) logrando su cénit en el viaje a Rodas, lugar fascinante que conjuga la historia con los sueños para nuestra escritora valenciana.

Pedro García Cueto
27-8-2010

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