8.15.2009

Poema de Antonio Ros Soler






Vivencias y pesares
(31/03/2000)


A… casi hace hoy diez años.
Alrosoler, PdM-Ciudadreal




Ya no importan qué espíritus joviales
albergaron a nuestros cromosomas,
reminiscencias, escogidas vivencias
alojadas bajo los abultados párpados
viajeros, siempre hacia mansedumbre...

Soñar reír desde aquellos ojos amargos,
imaginar, padres -estampa entrañable-,
aún humaniza hoy mi existencia,
avivando enriquecida su templanza,
sin que transluzca pesadumbre
ni presente otro límite aparente
que no fuera esta edad de los estragos,
patente en el grosor de las cinturas,
en el agua que oscurece nuestras canas,
o en la forma de doblegar el espinazo...

Nuestra presencia no pasa inadvertida
porque prestancia cede sobresaliente;
ni el modo obsoleto que la comporta
nos debilita, figura compacta y llena,
acorde a complacencias y al abrazo.

Una calamidad nueva no nos tambalea
-tampoco conocer otra caricia querida-;
ni albergamos los detalles de fragilidad
derivados de esa disciplina interna
que antaño nos cinceló adocenados,
haciéndonos entender la unidad
entre ‘bien’ y ‘mal’, redonda y oblea;
ante la inclemencia y la bondad,
entre la vida y la aparente ‘muerte’...

Pero no fuimos entes desesperados
-aunque sí despojados de esperanza-;
aprendimos aquella potencial terquedad
que esta edad bendijo con tiempo y lucidez.
¡Desesperanza, pesadilla tozuda
del ensueño que la insensatez devastó!

Aquel latente estado de inseguridades
pudo macerar mayor acechanza,
destilar un caldo de inculpaciones,
abonando sinrazón e incapacidades
para modular y escanciar el dolor,
un trato voluptuoso con las tristezas
que hoy desmerecen. Esas ansiedades
en el castigo y en las posturas
herrumbrosas de pasados tiempos
son incoherentes con la prestancia
de la añada sesentona, donde
más nos conocemos si adoptamos sutilezas
para encajar historias, para callar pesares;
y sólo después -por intermediarios-
sabemos adivinar poso y consistencia
de su marca símica, en lupanares.

El mal se hace necio a la vez que ciego;
es un trozo de dolor que deambula vacilante,
sin órbita, sin purificar objetivos,
sin orientación; no conoce destino...
Porque en la escena de los hechos,
ásperos o dulces, relampagueando,
nadie está a cargo de vigilar el riesgo...

Lo que sucede, sucede porque sí,
para sí mismo, sin voluntad de mutilar,
enaltecer, romper, o de sacar pecho;
carece de sentido enarbolar una queja,
o rehusar una ayuda, o brincar clavado.
La felicidad no acude rauda
con el propósito de hacernos felices,
ni el mal busca hacernos el mal...

En esta edad casi astral de plenilunio
legitimamos la oportunidad que nos deja
nuestra indolencia y los silencios,
que caliente coagula nuestras discordias
y paraliza gélida la dialéctica carnal
para el acuerdo...Y nos permite vivir
como en una piscina de mercurio,
volátil, blindada, fría, refulgente...


Un silencio que opera como franja
polar, que nos cobija de los hielos
y que al tiempo desde la atalaya nos acecha,
aguardando que el desbrozado devenir
nos permita percibir, otear con nitidez
ese plural tic-tac, ese signo latente
y lupino que tanto temieron los ‘simios’,
descifrando los inaudibles anhelos
que los demás expresan; aún más,
recibir la naturaleza viva de su cosecha:
Los odios que al amor no han matado
transportan la derrota en su seno
cuán dolor que pretenda aniquilarnos
y, antes o después, mataremos...

Maldades -incluso desatadas ánimas
o fuerzas que propiciaron su acaecer-,
aprendimos ahora a vivir con ellas,
y, al cabo, como enamorados sacrificados
que ayer construíamos nuestra verdad,
a la vez todos desapareceremos.

¡Desesperanza, que a los sesenta
invades encaramada en mi ser cuál armazón
y escudo para continuar tu dominio!

¡Admitir el dolor para evadirnos inertes
de tu amenaza! ¡Aceptar tu contrariedad
para saber neutralizarla sin razón!
¿Aceptaremos ese amor frío y ruin
para zafarnos después del exterminio
y aceptar desamor, aceptándose,
y aceptar sosiego, aceptándola al fin?

Podemos esconder -sin embargo-
otras partes de nuestro cuerpo,
enmascarar jirones o algunos rasgos;
pero nuestra cara pregonará enojos
del oleaje, el temporal reflejándose
en nuestros conflictos, el letargo
que se cierne en ojeras sobre nuestras
lastimeras órbitas y sus tragos
-ahora cada vez menos perplejas-,
bajo nuestros receptivos ojos.



En sus desguarnecidas concavidades
el resentimiento de la amarga edad
ha producido sus censuras, su deriva;
estribaciones que transportamos
cuan promiscuo resumen en esas cejas
teñidas por historias de menoscabo...

Una indagación en sus cartografías
procurarían la cuita exhaustiva;
esa información que, pliego a pliego,
pliegue a pliegue, o alas que batimos
diez mil veces cada día, parpadean
señales retrospectivas de amor o de ira,
de generosidad o de acatamiento;
de desamor, de tedio o de rebeldía...
Esas miradas que delatan júbilo,
ensoñación o hastío; pero, sobre todo,
bajo esas secuencias infinitas,
un amontonado pesar del tiempo ido.

Y acusan más la muralla de resistencia
que han podido oponer a la cobardía
-al hedor del sube y trepa profesional,
al valor del día, al de la economía global,
al revés de una amistad o a ser engañados-,
que al cansancio... Pero, estos ojos
también reflejan ira, indolencia,
percances, miedos... Rayados iris
que ya sirven menos para averiguar
como cazadores, que a ser averiguados
como piezas sometidas. Tal vez podamos
camuflar heridas, deshilachar despojos
de nuestros actos... Y ¿disfrazar fraternidades?

¿Enmascarar realidades? ¿Traicionar confianzas?...
¡Difícilmente soportar deslealtades!



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Hechos acaecidos entorno a la lealtad de los amigos
y familiares más próximos, a nuestros hijos, los conflictos
de éstos en relación a ser padres coherentes. Al amor y al desamor...
(Madrid-Salobreña-Motril-Vitoria-Miranda-Madrid).

000331 Vivencias y pesares © (Alrs).
Madrid, marzo/2000-09 © Alrosoler (PdM-Ciudadreal).

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