7.14.2015
TRAIDOR, VIOLADOR
Sobre el manto esmeralda de la pradera ondulada, los reflejos del sol pulen y bruñen las colinas que se confunden con el horizonte sin limite. Horizonte que se pierde en los tonos añiles de un cielo perdido en las reminiscencias.
Cada verano, cuando vuelvo a mis orígenes, cuando reintegro en el clan familiar con mi mujer y mis hijas, pierdo los anclajes de mi niñez. Los recuerdos se desmoronan, el pasado se derrumba detrás de la cortina mustia de una ansiedad indefinida.
En este vergel traidor me sumerjo en unos lapsos de amargura biliosa. No sé que atormenta tanto mi alma. Amo a mi mujer, a mis hijas, y temo reencontrarme conmigo mismo. No percibo lo que daña mi esencia, mi felicidad.
Y miro el horizonte, y miro la pradera verdosa, y miro la casa de mis padres... y se encoge de dolor mi corazón. ¿ Qué esconde esta casa? ¿Qué ocultan estos viejos muros de piedras ancestrales?. Mi mente se niega a seguir hurgando en el pasado. Ahí se oculta el cuchillo perverso que raja mis entrañas. No debo mirar hacia atrás y perderme en unas fantasmas que me demuelen.
Y recuerdo a mi madre abrazándome, meciéndome en sus brazos delicados, canturreándome una nana. Resucito a mi madre reconfortándome con el calor de sus besos.
Y de mi padre, nada. Y tuve padre. Un padre alto, fuerte. Un padre que olía a bosques y a ríos. Y no quiero saber nada ya de mi padre. Mi padre es el traidor.
Traidor. Traidor. ¿ Qué hizo mi padre? Me dañó. Me humilló, me avasalló. ¿Pero que hizo exactamente? No logro recordar. Un manto ennegrecido desfigura las evocaciones atormentadas de mi infancia. Navajas afiladas danzan al son de una música maldita. Demonios de otros tiempos brotan del baúl de los recuerdos.
Este retorno a la casa familiar me perturba todos los años sin que consiga saber él porque. Esta vez lo descubriré y venceré las maléficas incertidumbres.
En el desván, mi madre guardó los recuerdos de mi niñez: fotos, juguetes, dibujos... Ahí estará el endemoniado nomo del bosque que tanto me hizo sufrir.
Repaso una a una las fotos de mi padre, con su hacha o su azada, fuerte, inmenso, frente a un paisaje somnoliento. Mis dibujos son todos iguales, un niño diminuto perdido en el bosque, perseguido por un gigante, un gigante con hacha o azada. El último dibujo me impacta: el gigante ha atrapado al vástago y lo ha tirado al suelo. Su azada y su hacha son dos serpientes que penetran al niño.
Y llegan a mis oídos las palabras sofocadas de un niño hundido en el dolor y la humillación: “Papa, papa no me hagas daño otra vez. Papa no me metas más la serpiente en el cuerpo".
Traidor, violador.
Harmonie
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